Con el paso de los años son cada vez más las ciudades con un fuerte peso histórico-cultural cuyos ciudadanos se encuentran sumidos en nuevos debates éticos frente a la incorporación de elementos arquitectónicos que entran en contraste con el paisaje urbano de los cascos históricos de sus ciudades. De nuevo nos encontramos con un ejemplo de cómo el sistema económico y su adyacente cultura globalizada vuelve a modificar el significado de la ciudad, pasando del predominio de lo productivo de las pasadas ciudades industriales a la prioridad del ocio y el sector terciario de las sociedades postindustriales. La denominada ciudad del espectáculo se convierte ahora en una mercancía más con la que poder incorporarse en este mercado de ciudades, consideradas hoy como un producto más de la sociedad de consumo. El espacio urbano ya no solo supone aquel en el que se da la interacción entre ciudadanos o el mero lugar en el que habitan y producen; la ciudad se nos presenta ahora para ser admirada y consumida al mismo tiempo en el que los nuevos elementos urbanos se erigen sobre iconos ideológicos que hasta hace pocos años parecieron no incidir demasiado en las ciudades medias del Mediterráneo.
Ya se trate de rascacielos, esculturas efímeras u obras arquitectónicas de vanguardia; tales innovaciones acaban topándose casi siempre y básicamente con dos opiniones contrapuestas en la opinión pública: la aprobación o el rechazo.
Proyección de la Torre Cajasol (en construcción). Polémico proyecto que puede costarle a Sevilla la mención de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.