jueves, 24 de julio de 2008

*El Sabor del Egoismo

Saludos damas y caballeros a continuación os ofrezco un pequeño cuento fruto de no se que extraña inspiración. Realmente no lo colgaría si no fuera porque Christian me obliga (en que momento decidi enseñarselo) asique si más dilación, espero que lo disfruteis.
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Me marché de allí con la cabeza a punto de estallarme de escuchar tantas sandeces, panda de estúpidos victimistas. Todo por querer ponerse a mi nivel, como si hubieran hecho mucho por el proyecto, ese proyecto era mío, no habría sido posible sin mí, y, por tanto, el premio también era mío.

Que por qué había firmado yo solo el proyecto, preguntaban ofendidísimos, que qué pasaba con ellos, como si sus aportaciones hubieran sido indispensables, simples granitos de arena que ellos intentaban hacer pasar por montañas.

No, el proyecto era mío, el dinero del premio también, y por supuesto el reconocimiento, ellos no merecían ni mención, yo no les pedí ayuda, si colaboraron fue porque quisieron. Podría haberlo hecho sin ellos, probablemente mejor, más tranquilo, sin tener que soportar sus ridículas sugerencias.

Después del acto de entrega, cuando ya me marchaba, me gritaron que si era el asqueroso dinero lo que me importaba, que me lo quedase, que lo que esperaban era el reconocimiento de su esfuerzo por mi parte, que para algo éramos amigos. Seguro, el reconocimiento, dinero es lo que querían, como todos, que reconociese algo que yo no les había pedido, y como no, el viejo argumento de los amigos, amigos para lo que interesa, como siempre, cuando hay dinero y poder de por medio.

No les necesitaba para realizar el proyecto ni para nada, no eran más que unos interesados, yo me las arreglo muy bien solo, pero que muy bien, soy mucho mejor que ellos por eso me odian, me envidian y pretenden aprovecharse de mí, patética escoria de personas. Todo eso les dije, antes de irme con mi premio y la cabeza bien alta.

Después de ir a mi casa y darme una ducha, me dije que lo adecuado era darse una celebración por el éxito conseguido, y para olvidar aquel penoso espectáculo que me habían dado mis “amigos” de modo que tomé parte del dinero y fui a cenar a un excelente restaurante. No me privé de nada y me di el placer de degustar todo tipo de exquisiteces.

Tras la gloriosa comilona en el restaurante, muy satisfecho con mi autohomenaje, me dieron ganas de dar un paseo, la noche estaba tranquila y despejada, y la temperatura más que agradable. Tras caminar placidamente durante más de una hora por las calles vacías, respirando las gratas fragancias que emitían los árboles, me senté finalmente en un banco de piedra, en medio de un bello boulevard, cerré los ojos mientras sonreía y pensaba que todo era perfecto, allí, en mi apacible soledad, sin nada ni nadie que me importunase.

No sé cuanto tiempo pasé así, tampoco me importaba, pero la media noche desde luego había pasado hacía varias horas.

La placentera quietud fue rota de improviso por el sonido de pasos a la carrera y de una respiración angustiada, que procedía de alguna de las calles adyacentes al lugar donde yo me hallaba reposando. Escuché una llamada de auxilio en la lejanía, mientras los ecos de la carrera se hacían más distantes. Me dije que ocurriese lo que ocurriese no era asunto mío y volví a cerrar los ojos, más molesto que otra cosa por la interrupción de mi sosiego; aunque, no pude evitar una punzada de intriga por ese misterioso acontecimiento.

Transcurrieron unos minutos, y reanudé mi paseo, con la idea de dirigirme a mi casa para dormir, ya que era muy tarde. Había caminado apenas unos cientos de metros, sumido en mis cavilaciones cuando percibí una vez más esos pasos de carrera alocada acompañados de histéricos alaridos, a la vez, aunque de forma más tenue, unos extraños jadeos que casi parecían estertores estaban también presentes.

Semejante escándalo me irritó sobremanera, el barullo ocurría muy cerca, esta vez me aproximé presuroso al lugar del que parecía proceder el griterío con la firme intención de desquitarme insultando a los imbeciles responsables de tanto incordio, no estaba dispuesto a aguantar esos chillidos ni un minuto más. Mientras me aproximaba a la callejuela que parecía ser el foco de todo aquello, me sorprendió que ninguna persona se asomase a alguna ventana para protestar por el ruido o, al menos para ver de que se trataba. No obstante, nadie había a la vista, tampoco persona alguna deambulando por la calle, solo yo.

Los chillidos se apagaron súbitamente cuando me hallaba a escasos pasos del callejón, aún así, doblé la esquina. Era un callejón estrecho y maloliente, flanqueado por las sucias y desconchadas paredes de dos grandes edificios, una gran pila de escombros impedía la salida hacia el otro lado. Avancé unos metros, bajo la intermitente luz de una farola defectuosa, pude distinguir cerca de los cascotes a una figura arrodillada de espaldas a mí e inclinada sobre algo. Vestía con unos harapos raídos y mugrientos, y su piel, seca y agrietada presentaba un color grisáceo nada saludable. Caminé unos pasos más pensando que sería algún vagabundo borracho, fácil de intimidar, debí hacer ruido, ya que el personaje interrumpió sus movimientos.

Al advertir mi presencia, la figura alzó el rostro en mi dirección, lo que vi entonces, hizo que dudase de mi juicio, y que me preguntase si todo aquello no era más que una horripilante y espantosa pesadilla. Pues no vi otra cosa que a mí mismo, al menos a una persona absolutamente idéntica a mí, con labios, boca y barbilla chorreantes de sangre, su apariencia era famélica y demacrada, su enfermiza delgadez permitía apreciar como su pútrido pellejo se pegaba a sus huesos. El único atisbo de vida en aquella degenerada versión de mí mismo, residía en el brillo enloquecido de unos ojos profundamente hundidos en sus cuencas.

Lo inverosímil de la situación, el estupor y el temor, me llevó a cometer una nueva insensatez, decidí aproximarme aún más para poder contemplar a la figura con mayor detenimiento. Aquel ser estaba introduciendo sus manos huesudas y temblorosas en el desgarrado y sanguinolento abdomen de un cadáver; a continuación revolvía en busca de entrañas que, tras arrancarlas con brusquedad devoraba con voraz frenesí entre repugnantes gorgoteos.

La dantesca escena me revolvió el estomago de tal manera que vomité inmediatamente con gran angustia y repulsión. Sin embargo, lo que más me impactó, lo que mi mente era incapaz de asimilar, fue que el rostro del desventurado cadáver, que había quedado paralizado en un rictus de horror indescriptible, no era otro que el mío propio.

Yo me devoraba a mí mismo, era imposible pero absolutamente real, aquellas dos figuras, se hallaban allí, frente a mí, podía reconocerme en ambas, eso era lo más abominable.

Di media vuelta para intentar huir de aquel horror del que únicamente yo formaba parte y que amenazaba con sumirme en la locura más demencial, mas ante mí, solo hallé un tremendo abismo sin fin, la ciudad entera se había esfumado, solo quedaba negrura y tinieblas. Miré desesperado a mí alrededor, en todas direcciones, tan solo pude ver el callejón, suspendido en una oscuridad infinita, eterna.

No había lugar al que escapar, nadie a quien pedir ayuda, nadie a quien le importase mi terror, solo el vació de intensa negrura y un silencio sepulcral, únicamente interrumpido por los viscosos y escalofriantes chasquidos producidos por el frenético masticar de aquel ser que, al acabar su sangriento festín, dirigió su atención y sus pasos, hacia mí.


Fuente de la imagen:http://img99.imageshack.us/img99/4554/058001ue.jpg

5 comentarios:

Petrovich dijo...

Menuda hostia en la cara! Gracias por la historia...a veces creemos no caer en tal situación, pero podemos estar al borde de tal abismo, incluso los que suponemos estar (o lo estamos) dentro de un "todo". Enhorabuena y gracias. Un abrazo, gente.

Adrián Ruiz Ibáñez dijo...

Un día buscando la felicidad un joven, recorrió tiendas y tiendas en busca de algo que le llenara, pero ni las ropas, ni las comidas ni las joyas le llenaron. Luego decidió escuchar música pero esto no arreglo nada, después decidió ir al cine, pero tampoco encontró la felicidad. Un momento, solo un momento que hizo que su vida fuera eterna, fue el momento en el que la encontró, el la miro y sabía que había algo especial en ella. El día que fue capaz de encontrar la poesía en su cuerpo, ese fue el día que encontró la felicidad.
Creo que este pequeño relato que escribi tiene que ver con la tématica del relato, el egoismo,hoy en día nuestro desarrollo y realización personal, se suele dar en el consumo,y se da en la mecánica del dinero, el tio del texto, entra este juego y en el triste camino de la meritocracia mal entendida. Buen texto Dani.

enbraxe dijo...

Muy kafkianko, por ponerle algún nombre... Muy guapo, Dani, escribes de puta madre; he sentido repugnancia, de verdad.
Un abrazo

Javier Rujas dijo...

BRAVO! Me sumo a los aplausos y vitoreos. Me pregunto: la "extraña inspiración" no será por casualidad el poderoso metal? Ese personaje cadavérico que devora el cuerpo de su alter ego tiene mucho del imaginario metalero(camisetas de Maiden...o incluso Gollum pa los metaleros tolkienianos)o no? Me imagino muy bien el cuento en una atmósfera oscura tipo Sin City, todo en blanco y negro salvo la sangre. En cualquier caso, como ya se ha dicho, es verdad que está muy bien escrito, tanto a nivel de corrección ortográfica y gramática, como a nivel de la narración. Lo dicho: bravo.

Daniel Caballero Gutiérrez dijo...

Joder gracias a todos por vuestros comentarios, no pensé que fuese a gustar, aunque si, lo cierto es que llega a dar mal rollo de verdad, bueno realmente es lo que pretendía, si algo que pretende dar mal rollo lo da pues misión cumplida supongo jejeje. bueno lo dicho, muchas gracias a todos por leerlo. Tal vez surjan más...