Yo estaba en una especie de supermercado especializado en la venta de lomos de libro y de cerdo. ¿Qué estaba haciendo ahí? No lo recuerdo con claridad, ya me desperté. Estoy tumbada en la cama, embutida en una manta. Aunque las persianas están del todo bajadas, la luz de la mañana se asoma, agresiva, por los agujeros que veo, desde mi perspectiva, como líneas de costura. Pienso en el desayuno, ya me veo exprimiendo naranjas y tostando pan. Puedo oler el calor del café. Durante un instante de dulce pereza, me evado por las líneas de costura de las persianas, enfoco dos paralelas y las recorro con la mirada. Soy un tren; estacionada en el andén 2, salgo a las 11:20. Del todo a la parte, de repente me encuentro sentada en un minúsculo vagón del cual es preciso que salga. No sé qué pasa, sólo siento que tengo que irme.
Pero... ¿Entonces...? Mierda, ¡sigo dormida!
Desde la torre de control del metasueño, pienso en un posible plan de acción. En general, busco por el escenario objetos punzantes o una ventana. Son atrezzos perfectos: me clavo un cuchillo, un trozo de cristal roto o me tiro desde un séptimo piso, lo cual, espero, provocará en mí sensaciones suficientemente fuertes como para despertarme. Una angustia que echa1 a la otra. Suelo tener suerte, no me cuesta demasiado encontrar lo que creo necesitar para escapar. No es casualidad, o no lo es del todo.
Esto es algo que me fascina de los sueños: su lewiscarrollianidad. En el ágora de nuestros sueños se cruzan personas sacadas de nuestro pasado, de nuestras fantasías, de nuestra cotidianeidad. Sabemos que no se conocen, que es imposible que se conozcan pero reconocemos su diálogo y le damos un sentido. Llevan uñas de medio metro, se pasean desnudos por la calle, te hablan en un idioma desconocido pero, misteriosamente, los entiendes, lo entiendes. Ahora tengo miedo; este miedo se transforma en un intenso deseo de huída y diseño posibilidades. De repente aparecen caminos que no estaban antes, caminos que creo yo, caminos nacidos de mi angustia y deseo. Quiero decir que no estamos en el sin-sentido.
Si, una vez despiertos, podemos decir algo del sueño que hemos tenido -y creo que por muy confuso que sea, algún concepto, alguna sensación puede atravesar nuestro discurso-, estamos reconociendo cierta inteligibilidad en el sueño. El sueño puede ser rocambolesco, buñuelesco, no tener nis pies ni cabeza; no importa. Si lo puedes contar es que crees que es y quieres que sea comprehensible.
Pero... Por mucho que te lo explique, no lo vas a entender. Esto pasa por muchas mentes al tratar de trasladar un sueño al espacio y tiempo de la vigilia.
Estamos más que acostumbrados a señalar y acusar el descolorido espectro de las vivencias internas verbalizadas, no nos cansamos de repetir que el lenguaje no refleja tractatusianamente la realidad. Lo que pasa con el sueño refleja muy bien este asunto. Se puede hablar del sueño, se habla, pero entonces pierde casi inmediatamente su fuerza.
Creo que cualquiera puede sacar mucho jugo filosófico de las propias experiencias oníricas. Sin embargo, el sueño es un gran ausente de las teorías del lenguaje. Lo mismo que el fantasma lo es de nuestras teorías ontológicas o metafísicas.
Me viene a la mente una lejana historia -tan lejana como un segundo de carrera- que contaba Frege para ilustrar las relaciones entre sentido, referencia y representación. Trataré de rescatar la imagen sin entrar en lo que hay detrás. En su analogía, la referencia (objeto compartido realmente por los hablantes) es la luna y la representación, la imagen que tenemos de la luna vista a través del telescopio. La representación no es el sentido. Yo tengo una imagen de la luna, y tú tienes otra, no la podemos compartir -la representación es, por lo tanto, individual, subjetiva. Pero al hablar de la luna (referencia, objeto externo), nos movemos en el nivel del sentido, un nivel de conocimiento construido entre y accesible a todos los hablantes. Este nivel podría ser representado, en un sentido amplio, por el canal del telescopio2.
El sueño en tanto que acto de soñar sería como una lente de aumento. El sueño en tanto que representación sería la imagen que tenemos cada uno del objeto que está al otro lado de la lente3 -en esta metáfora, la realidad.
¿Qué quiero decir? Que no me parece bien que el sueño esté ausente de las temáticas filosóficas fuertes. Creo que, si está fuera, es porque se considera que el sueño no dice nada acerca de lo real. Pero el sueño sí dice, y lo sabemos porque decimos el sueño. Y su decir es real. Puede parecer exagerado: no lo es -y sí, también lo es. El sueño como lente de aumento: estamos en el exagerar. Pero no veamos en el exagerar un deformar sino un conformar. Esto es lo que creo: que el sueño exagera la realidad, dice algunos aspectos de la realidad más alto.
Ya que, como todos vosotros, soy una posmo de nacimiento, tengo que asumir la imposibilidad de abarcarlo todo. Pero, ¡ojo!; con alegría, bailando con pies ligeros, a lo Friedrich Nietzsche4. Hay cosas de nuestra vida de vigilia que veo exageradas, y por lo tanto más reales -o realizadas de otra forma- en el sueño. Mencionaré un par.
El sueño nos retrotrae al no-sentido de los estoicos escenificado por Lewis Carroll y revisitado por Deleuze en Logique du sens. En la vida de vigilia no hay -en principio- supermercados de lomos de libro y de cerdo, en mi vida de sueño hay eso y muchas otras cosas. Y el sueño, lo decíamos más arriba, no es un paquete de sin-sentidos sino más bien un núcleo de no-sentido.
Logique du sens cuenta la desgarradora historia del sentido: nunca es principio ni origen, siempre es producido a partir del no-sentido. El no-sentido no tiene ni sentido único ni identidades fijas, de esto ya se encarga el sentido. En el no-sentido se encuentran los lomos de libro y de cerdo, en un pre-sentido. La vida está llena de no-sentidos; si no los apreciamos a primera vista es porque somos seres simbólicos y a todo le damos sentido, es nuestra forma de estar-en-el-mundo. El sentido es, por lo tanto, una reducción del no sentido y lo que nos permite el sueño es volver sobre el no-sentido. En el sueño se dan otra vez las flotantes posibilidades supeditadas por los concretizadores tiempo y espacio. crecen de nuevo las ramificaciones cortadas por el sentido.
Vayámonos un poco por esas ramas.
“Los personajes de mi novela son mis propias posibilidades que no se realizaron. Por eso les quiero por igual a todos y todos me producen el mismo pánico: cada uno de ellos ha atravesado una frontera por cuyas proximidades no hice más que pasar. Es precisamente esa frontera (la frontera tras la cual termina mi yo), la que me atrae. […] Una novela no es una confesión del autor, sino una investigación sobre lo que es la vida humana dentro de la trampa en la que se ha convertido el mundo.” (Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, p.227)
El sueño, o la vida antes de la trampa. La trampa del sentido nos oculta otro aspecto esencial de la vida, olvidado por la vigilia y recordado en sueños: la imprevisibilidad. En palabras de Kundera, lector de Parménides, la levedad. La levedad como escenario de los eventos5. No sabemos, en un sentido epistemológico fuerte, cómo será el mundo, mi mundo, mañana, en cinco minutos. Pero lo anticipamos aplicando el truco del sentido. Recordamos que Hume criticaba el riguroso carácter de anticipación de la ciencia6. Creo que esto se puede conectar con lo que nos decía Deleuze acerca del no-sentido. El sentido y la anticipación se apoyan y fomentan el uno al otro. Pero hay algo más allá -no más profundo, sino más ligero- que el sentido y la anticipación.
De lo que nos habla Deleuze en Logique du sens es lo que vivimos todos los días durante algunas horas. Horas que no son horas, porque el sueño no ocurre en el Chronos sino en el Aión7. No sabemos si soñaremos, si nos acordaremos del sueño, tampoco podemos prever lo que soñaremos. Esto pasa también en la vigilia, en teoría, pero las instituciones -en un sentido muy amplio: el tiempo, la escuela, el trabajo, la repetición de la serie luz-oscuridad materializada en días de la semana, meses del año, etc.- son el velo perverso que encubre el punto originario de no-sentido.
Y esto es lo que me pasa ahora. Me despierto. Las persianas, la luz, la manta. El desayuno que anticipo. Porque esto es lo que pasa siempre: me acuesto, duermo, me despierto y me levanto. Pero, ¿es siempre lo mismo? Hacer lo mismo todos los días es “das Gleiche aber nicht dasselbe”; si te digo que todos los días iré a verte8, en un sentido te digo siempre lo mismo y en otro siempre algo diferente9. Resulta que he anticipado mal, que sigo en el sueño. Estoy en la indefinición, en la in-diferencia absoluta, en el mundo de superficie de las no-identidades; puedo encontrarme con cualquier cosa. A veces, cuando reparo en que estoy en un sueño, desde la torre de control del metasueño decido quedarme; en ese caso el sueño me parece dulce y trato de prolongarlo. Pero la mayoría de las veces me siento amenazada y, en el fondo, niego la existencia y afirmo la esencia, afirmo la cosificación de mi sueño, y la mía. Asumo que todo está hecho, alea jacta est. Rehuyo del país de las maravillas, intento atravesar el espejo con todas mis fuerzas, para volver a la ténue, descolorida pero segura realidad.
Y me despierto.
Y me arrepiento de haber cerrado la posibilidad.
A ver si lo hago mejor esta noche.
Este texto no es (muy, nada) “sociológico” (si es que hay textos sociológicos, filosóficos, científicos). Es un escrito de fin de semana. Esta reflexión de vigilia brota de una conversación que tuvo lugar en una cama, después del sueño. Explora algunas ramificaciones de aquel instante.
Según el diccionario de la R.A.E.:
ONÍRICO: (Del gr. ὄνειρος, ensueño). Perteneciente o relativo a los sueños.
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1En francés, diríamos que “una angustia “chasse” la otra”: la persigue, la caza y la echa fuera. Me parece que el francés le da un matiz que no cubre la palabra
2Empleo la palabra “canal” en un sentido muy laxo porque no quiero entrar aquí en filosofía del lenguaje pura y dura [“y duraa, y duraaa”... esto sería la nota a pie de la nota a pie de página]. El telescopio puede simbolizar, de alguna forma, la lanzadera que va de la referencia a la representación, y viceversa. La luna, objeto al cual nos referimos, la representamos individualmente. Y esas imágenes subjetivas las trascendemos creando sentido, por el lenguaje, mediante el cual queremos volver a la referencia. Definir ese volver a …: todo un intríngulis filosófico.
3Cuando escribía esta línea, al releerla reparé en que había escrito mente en vez de lente. Un lapsus, y en este caso especialmente fructífero. Lo dejo ahí, por si apetece.
4[Esta NO es una nota seria.]
Pues... ¡catacrocker! (Tridente catacrocker, Muchachada Nui, T03x07)
5En las facultades de filosofía se empeñan en enfrentarnos a Parménides -el filósofo de las vías de la verdad- con Heráclito -el filósofo del cambio, del devenir; el que nunca se baña dos veces en el mismo río. Lectura tras lectura,esto me parece cada vez más discutible.
6Anticipamos a partir de la causalidad, pero el conocimiento por causalidad no es probable ni a posteriori (puede que el sol no salga mañana a pesar de haberlo hecho todos los días) ni a priori (pensar que el sol no saldrá no implica contradicción). La causalidad es entonces una costumbre mental que no se presenta como tal, de ahí el riguroso y estable carácter de la anticipación científica del futuro. Esta seguridad es la que Hume cuestiona.
7El Aión (Αίών) es una concepción griega del tiempo mucho menos conocida que Chronos; es el tiempo de la no-presencia. El instante del Aión es constantemente dividido por pasado y presente, es eterno. Volver al no-sentido implicaría cambiar de tiempo, instalarse en el nivel de las irregularidades pre-reflexivas del Aión. Esto nos es difícil de concebir porque la filosofía siempre ha favorecido una metafísica de esencias hecha por un sujeto fuerte. Si sospechamos que tanto el sentido como el sujeto son producidos, derivados del no-sentido, nos acercamos entonces al Aión.
Creo que hay algo de Aión en la escena final del 2001, Odisea en el espacio. En el mismo lapso: un feto, un adulto, un abuelo. Coexisten pasado, presente y futuro en el mismo instante. El sujeto no es uno, es derivado de los múltiples no-sentidos. Un día, hablando con un amigo, llegamos a pensar que quizás por esta razón nos deja tan perplejos la última parte de la película: estamos acostumbrados en pensar en el tiempo personificado, concretizado y no en el tiempo como Aión,
8Este ejemplo está sacado de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein, §226.
9En la obra de Carroll hay muchos ejemplos de cómo un acontecimiento siempre ocurre en varios sentidos (direcciones). En Alicia en el país de las maravillas, Alicia crece; deviene más grande de lo que fue y más pequeña de lo que será, y eso simultáneamente, en los dos sentidos.
1 comentario:
Fe de ratas:
La nota a pie de página 1. no está completa. Quería decir que la palabra en francés le da un matiz a lo que quiero transmitir que, creo, no tiene la palabra en castellano.
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