Con el paso de los años son cada vez más las ciudades con un fuerte peso histórico-cultural cuyos ciudadanos se encuentran sumidos en nuevos debates éticos frente a la incorporación de elementos arquitectónicos que entran en contraste con el paisaje urbano de los cascos históricos de sus ciudades. De nuevo nos encontramos con un ejemplo de cómo el sistema económico y su adyacente cultura globalizada vuelve a modificar el significado de la ciudad, pasando del predominio de lo productivo de las pasadas ciudades industriales a la prioridad del ocio y el sector terciario de las sociedades postindustriales. La denominada ciudad del espectáculo se convierte ahora en una mercancía más con la que poder incorporarse en este mercado de ciudades, consideradas hoy como un producto más de la sociedad de consumo. El espacio urbano ya no solo supone aquel en el que se da la interacción entre ciudadanos o el mero lugar en el que habitan y producen; la ciudad se nos presenta ahora para ser admirada y consumida al mismo tiempo en el que los nuevos elementos urbanos se erigen sobre iconos ideológicos que hasta hace pocos años parecieron no incidir demasiado en las ciudades medias del Mediterráneo.
Ya se trate de rascacielos, esculturas efímeras u obras arquitectónicas de vanguardia; tales innovaciones acaban topándose casi siempre y básicamente con dos opiniones contrapuestas en la opinión pública: la aprobación o el rechazo.
Proyección de la Torre Cajasol (en construcción). Polémico proyecto que puede costarle a Sevilla la mención de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Las disputas, así como el descontento de determinados sectores de la población son de esperar si tenemos en cuenta las peculiaridades de muchas de estas ciudades con carácter histórico y monumental. Ante tales polémicas, dichas incorporaciones se convierten a menudo en instrumentos ideológicos con el que tomar partido en las políticas municipales y regionales de cada contexto. Aún así, en ambos casos las opiniones corresponden a rasgos identitarios e ideológicos propios de la posmodernidad. Por un lado la fascinación de aquellos que apuestan por lo moderno y la renovación de lo urbano y, por otro, la de aquellos que observan las intervenciones como una profanación del idílico pasado, aún presente en el paisaje de muchas ciudades.
Sin existir una distinción nítida entre partidos o signos políticos definidos, se suele intuir sobre todo dos discursos fundamentales que protagonizan el debate mediático en tales controversias. Por un lado, aquellos discursos a favor que, bajo la etiqueta de la modernidad, abogan por la necesidad de las ciudades de adecuarse a la imagen requerida ante su papel de “vanguardia” tecnológica, artística y/o nodo financiero. Y por otro aquellos argumentos en contra basados en la defensa de lo histórico y la sacralización de la ciudad, discursos que por lo general suelen fracasar ante la opinión pública, ya que se peca, en cierta forma, de una conservaduría y un tradicionalismo que no acaban de encajar del todo con el espíritu de nuestro tiempo, a caballo entre un futurismo presente y la constante mitificación del pasado.
El debate mediático y político suele girar en torno a este eje ideológico conservadurismo-modernidad sin atender a las cuestiones fundamentales que denuncian las organizaciones de vecinos y expertos. Lejos de entender el problema desde un punto de vista práctico, los proyectos se aprueban sin escuchar debidamente la opinión de los ciudadanos y vecinos afectados. Tales polémicas siguen ancladas en estos ejes identitarios olvidando las repercusiones reales de las renovaciones urbanas, pues pasan a convertirse en herramientas partidistas, como por desgracia suele ocurrir en materia urbanística.
2 comentarios:
Gracias por darle vidilla a esto, Jaime! Hacía tiempo que nadie escribía un texto propio y se agradece, más cuando la reflexión tiene esta calidad.
Saludos desde París.
Gracias Rujas! Me alegro que te guste, me propuse que no sobrepasara un A4 y coño, es difícil...
Saludos desde Génova.
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