Texto publicado en Viento Sur el 12/05/2012 (original inglés en Scribd).
Desde que apareció al movimiento Occupy en el panorama político, tanto críticos como escépticos no han dejado de preguntar: “bueno, pero ¿qué reivindican?”, y en los últimos meses los escépticos han querido saber si el movimiento ha perdido ímpetu desde que la policía lo ha desalojado de muchos de los lugares públicos que habían ocupado. Examinemos primero la cuestión de las reivindicaciones para pasar luego a la cuestión de adónde va el movimiento Occupy.
Si reflexionamos sobre la citada pregunta apreciaremos hasta qué punto está firmemente arraigada la noción de que los movimientos políticos, si quieren que se les considere “políticos”, tienen que a) estar organizados en torno a una lista de reivindicaciones concretas y específicas y b) aspirar a que dichas reivindicaciones sean satisfechas. Veamos de entrada qué clase de política se caracteriza por tales supuestos y cuál no. En otras palabras, si bien damos por sentado que la política debe proponer una lista de reivindicaciones que pueden satisfacerse, de ello no se deduce que sea correcto dar por sentada esta versión de la política, como hacen sin duda algunos de nosotros. Reflexionemos, por tanto, sobre los elementos que componen este planteamiento escéptico y veamos qué versión de la política asume y promueve. Examinemos además si la clase de política que preconiza Occupy no solo no se ajusta –o se niega a ajustarse– a esta idea de la política, sino que trata activamente de establecer otra distinta. Por tanto, comencemos por dos de los elementos básicos de la postura escéptica: 1) reivindicaciones planteadas en forma de lista, 2) reivindicaciones que pueden ser satisfechas.
¿Las reivindicaciones deben plantearse en forma de lista?
Imaginemos que el movimiento Occupy declarara que tenemos tres reivindicaciones: a) basta de desahucios; b) anulación de la deuda de los estudiantes; c) reducción del desempleo. Sin duda, cada una de estas reivindicaciones refleja de alguna manera la naturaleza de Occupy, y está claro que las personas a quienes preocupan estas cuestiones se han unido al movimiento y han participado en manifestaciones presididas por pancartas contra los desahucios, la deuda estudiantil desbocada y la tasa de paro. Por tanto, no cabe duda de que esta plataforma reivindicativa tiene que ver con el movimiento Occupy, pero a pesar de ello sería un error decir que el significado o efecto político del mismo se entiende perfectamente si se comprenden estas reivindicaciones o, pongamos por caso, una lista de reivindicaciones mucho más larga. ¿Por qué? En primer lugar, porque una “lista” es una enumeración de reivindicaciones, pero no explica cómo se relacionan estas reivindicaciones entre sí.
Si uno de los planteamientos políticos principales del movimiento estriba en denunciar y oponerse a las crecientes desigualdades entre ricos y pobres, esta es una realidad social y económica que impregna todas las reivindicaciones específicas que pudiera incluir la lista, pero sin duda no se vería como una reivindicación entre otras muchas. Es decir, ¿con qué lenguaje y con qué acción denuncia uno la creciente desigualdad entre ricos y pobres, en la que los primeros monopolizan cada vez más riqueza y la pobreza abarca una proporción creciente de la población? Este aspecto se pone de manifiesto en todas y cada una de las reivindicaciones de la lista, una lista que podría incluir la denuncia de los recortes de servicios sociales, incluida la sanidad pública; la reducción de las pensiones; la creciente “flexibilización” del mercado de trabajo, que convierte a los trabajadores en una población de usar y tirar; la destrucción de la enseñanza superior pública y asequible, la masificación de la escuela pública primaria y secundaria; las vacaciones fiscales para los ricos; la presión a la baja sobre los salarios y el creciente apoyo del Gobierno a la privatización de las cárceles.
Claro que podemos elaborar esa lista, y también ampliarla e incluso concretarla, pero ninguno de los elementos que la componen puede ayudarnos a explicar qué es lo que aglutina a todos esos elementos que figuran en la lista. Sin embargo, si decimos que cada una de estas cuestiones son un ejemplo de las crecientes desigualdades y diferencias de renta que se derivan directamente de las formas contemporáneas del capitalismo y que todas juntas son la demostración de que el capitalismo se basa en ese tipo de desigualdad económica y social y la reproduce, entonces estamos exponiendo cómo funciona un sistema y, concretamente, cómo funciona el capitalismo en la actualidad: las desigualdades van en aumento y adquieren formas nuevas y devastadoras, y este proceso acelerado de desigualdad no merece la atención de las autoridades estatales e internacionales, que están interesadas en hacer que el capitalismo funcione.
Los escépticos todavía pueden responder: “pero ¿acaso no hemos de impulsar cada una de estas cuestiones por separado para que haya un cambio real en la vida de las personas? Si todos nos pusiéramos a batallar por una de estas demandas, podríamos ir abordando una tras otra, hallando soluciones prácticas para cada una de ellas.” Sin embargo, este punto de vista insiste en que las reivindicaciones pueden separarse unas de otras, pero si hemos de saber qué las relaciona entre sí a fin de aportar una solución a este problema, entonces nuestra política depende de que nos preguntemos por el carácter sistémico e histórico del propio sistema económico.
En efecto, si entendemos cómo las crecientes diferencias de renta (y la acumulación de cada vez más riqueza en manos de cada vez menos individuos y la expansión de la pobreza y marginación a un número creciente de personas) es consecuencia de una determinada organización económica de la sociedad, abocada a generar variantes cada vez más agudas de esta desigualdad, entonces para abordar cualquiera de las reivindicaciones de la lista hemos de tener presente la estructura más amplia de la desigualdad a la que remite cada una de ellas y hemos de reflexionar sobre la manera de cuestionar este régimen económico, en vez de tratar de introducir ajustes menores en su modo de funcionar. Así, si “resolvemos” cualquier problema de la lista sin abordar la reproducción de la desigualdad, y si esa desigualdad se reproduce de maneras cada vez más agudas, entonces la lista no hace más que alargarse, por mucho que intentemos eliminar una de las cuestiones que contiene.
No podemos resolver una forma de desigualdad sin comprender las tendencias más generales de la desigualdad que tratamos de superar. Si pensamos que es preciso desagregar todas las cuestiones, erraremos el tiro y estrecharemos nuestra visión a expensas de la justicia social y económica. Por supuesto, se puede dar la batalla sobre cualquiera de estas cuestiones al mismo tiempo que se lucha por poner fin a la reproducción estructural de la desigualdad, pero esto significa que algún grupo, alguna articulación política, ha de prestar atención a la desigualdad estructural. Si pensamos que existen suficientes recursos dentro del régimen económico vigente para resolver estos problemas, estaremos muy equivocados, pues eso sería suponer que el mismo sistema que ha producido la desigualdad que subyace a todas las cuestiones que se plantean en la lista puede acoger nuestras demandas. Esto me lleva a la segunda presunción que subyace a la pregunta de los escépticos.
¿Las reivindicaciones deben ser tales que puedan satisfacerse?
Esto suena razonable, desde luego, pero quienquiera que defienda que las reivindicaciones deben ser susceptibles de ser satisfechas supone que existe alguien o algún poder institucional al que se puede recurrir para que satisfaga nuestras reivindicaciones. Las negociaciones sindicales que se apoyan en una amenaza de huelga suelen plantear una plataforma reivindicativa que, si se satisface, evitará la huelga, o si no, dará pie a que se convoque o se prolongue. Pero cuando una empresa o un Estado no se consideran un interlocutor válido para negociar, no tiene sentido apelar a esa autoridad para llegar a un acuerdo negociado. De hecho, acudir a dicha autoridad para que satisfaga una reivindicación sería una manera de atribuirle legitimidad. Por tanto, formular reivindicaciones que puedan ser satisfechas depende fundamentalmente de la atribución de legitimidad a quienes tienen el poder de satisfacer las demandas. Y cuando uno deja de formular demandas a esas autoridades, como ocurre en la huelga general, entonces denuncia su falta de legitimidad. Esta es una importante contribución de Gayatri Chakravorty Spivak a la teoría de Occupy.
Sin embargo, si las instituciones existentes son cómplices del régimen económico que depende de la reproducción de la desigualdad y la fomenta, no es posible pedir a dichas instituciones que pongan fin a las condiciones de desigualdad. Semejante petición se negaría a sí misma en el momento de formularse. Por decirlo simplemente, la petición o reivindicación que pretendiera ser satisfecha por el Estado actual, las instituciones monetarias internacionales o las empresas nacionales o multinacionales otorgaría más poder a las mismísimas causas de la desigualdad y de este modo favorecería e induciría la propia reproducción de desigualdad. Por consiguiente, lo que hace falta es otro conjunto de estrategias, y lo que estamos viendo ahora en el movimiento Occupy es justamente el desarrollo de un conjunto de estrategias que apuntan contra la reproducción de la desigualdad.
Tal vez para el escéptico la idea de formular “reivindicaciones imposibles” equivale a abandonar el campo de lo propiamente político. Sin embargo, esta respuesta debería llamar nuestra atención sobre el modo en que se ha constituido el campo de lo político, en el que la posibilidad de satisfacer las reivindicaciones determina su inteligibilidad. Por decirlo de otra manera, ¿por qué hemos de aceptar que la única política que tiene sentido es aquella en la que se formula un conjunto de reivindicaciones a las autoridades existentes y que las reivindicaciones aíslan unos fenómenos de desigualdad e injusticia de otros sin que veamos ni tracemos ningún vínculo entre ellos? Salta a la vista que la limitación de la política a una lista de demandas que pueden ser satisfechas restringe el campo de la política a los sistemas electorales contemporáneos, que se basan en el supuesto de que todo cambio radical del régimen económico no es negociable. Todo lo que se negocie, toda reivindicación que se satisfaga, no afectará a lo que no es negociable, a saber, la reproducción de un régimen económico que genera desigualdades a una velocidad de vértigo. Podríamos decir que la política concreta que define la política práctica e inteligible como la elaboración y satisfacción de una lista de reivindicaciones sueltas se somete de antemano a la legitimidad de las estructuras económicas y políticas existentes, y niega el carácter sistemático de la desigualdad.
Como vemos, uno de los métodos principales que utilizan los regímenes de poder existentes para mantener su legitimidad consiste en desacreditar y desechar todas las formas de resistencia política popular que cuestionen su propia legitimidad. Tienen muchos motivos para descalificar en interés propio el movimiento Occupy, tachándolo de “apolítico”. De este modo, tratan de mantener el monopolio sobre el discurso de lo político, intentan, por decirlo de otra manera, definir y controlar el poder del discurso que determinará quién tiene sentido, qué acciones son realmente políticas y quién es “intolerable”, “insensato” y “poco práctico”.
Defensa radical de la igualdad
La revuelta que pone en tela de juicio esas estrategias de autolegitimación nos recuerda que una forma de gobierno o de poder que es democrática depende de la voluntad del demos, del pueblo. ¿Qué recursos tiene el pueblo cuando las instituciones que se supone que le representan políticamente en pie de igualdad y que deben establecer las condiciones para un trabajo sostenible, asegurar la asistencia sanitaria y la educación básicas y garantizar los derechos fundamentales a la igualdad, acaban distribuyendo todos esos recursos y derechos básicos de forma desigual e ilegítima? En este instante existen otras maneras de defender la igualdad, manifestándose todos juntos en la calle o en internet, tejiendo alianzas que demuestren la resonancia, la coincidencia y los lazos más amplios que existen entre todas esas reivindicaciones en la lista de la injusticia contemporánea.
Ningún régimen político o económico puede declararse legítimamente democrático si no representa a la población en pie de igualdad. Y cuando esa desigualdad se generaliza y se considera una secuela inevitable de la vida económica, entonces las personas que sufren esa desigualdad actúan conjuntamente, defendiendo y reclamando la igualdad. Habrá quien objete que la igualdad radical es imposible, pero aunque este fuera el caso –y no hay buenas razones para aceptar esa afirmación sin más–, la democracia sería impensable sin un ideal de igualdad radical. Por tanto, la igualdad radical es una reivindicación, pero no se dirige a las instituciones que reproducen la desigualdad, sino que se dirige a la propia población, cuya tarea histórica consiste en crear nuevas instituciones.
El llamamiento se dirige a nosotros mismos, y es este nuevo “nosotros” que se forma, episódica y globalmente, en cada acción y manifestación. Estas acciones no son en modo alguno “apolíticas”, sino que apuntan a una política que ofrece soluciones prácticas a expensas de la desigualdad estructural. Y nos recuerdan que todas las formas de la política ganan o pierden legitimidad en función de si confieren igualdad a las personas que se dice que representan: si no lo hacen, dejan de representar y destruyen su propia legitimidad a los ojos de la población. Al manifestarse, al actuar, las personas vienen a representarse a sí mismas, encarnando y revitalizando los principios de igualdad que habían sido diezmados. Abandonadas por las instituciones establecidas, se reúnen en nombre de una igualdad social y política, dando voz, cuerpo, movimiento y visibilidad a una idea del “pueblo” que el poder establecido divide y ningunea continuamente.
¿Adónde va ahora el movimiento Occupy?
Entonces, ¿adónde va ahora el movimiento Occupy? Para responder a esta pregunta, primero hemos de saber quién la formula. Y hemos de saber de qué forma se plantea la pregunta. Una cosa está clara desde el principio: no es tarea de los intelectuales plantear esta pregunta ni responder a ella. Una razón es que los intelectuales no tienen el poder de adivinar el futuro y la teoría no puede servir para marcar el rumbo de quienes participan en primera línea como activistas. En realidad, es mejor que dejemos de lado toda esta distinción, pues muchos activistas son teóricos y algunos teóricos también se involucran en formas de activismo que no tienen que ver directamente con la teoría. Lo mejor que podemos hacer nosotros es seguir lo que está ocurriendo realmente, observar cómo moviliza a la población y discernir cuáles son sus efectos.
Lo que vemos en estos momentos, creo, es que el movimiento Occupy tiene varios centros, que sus acciones públicas son episódicas y que cada vez más aparecen nuevas formas de efectividad. Por “efectividad” no me refiero a la formulación y satisfacción de reivindicaciones, sino a la ampliación de las movilizaciones y su extensión a nuevos lugares geográficos. Aunque las elecciones en EE UU acaparan las noticias, está claro que gran parte de la población entiende que sus preocupaciones no se ven reflejadas en la política electoral. De este modo, Occupy sigue marcando el modo en que la voluntad popular aspira a impulsar un movimiento político que vaya más allá de la política electoral. De esta manera sumerge en una crisis todavía más profunda la supuesta “representatividad” de la política electoral. Poco logros podrían ser más importantes que el de demostrar que la política electoral, tal como está organizada actualmente, no representa la voluntad popular, y que su legitimidad misma está en crisis a causa de esta discrepancia entre voluntad democrática e instituciones electorales.
Tal vez lo más importante, de todos modos, es que Occupy cuestiona la desigualdad estructural, el capitalismo y los lugares y prácticas específicas que ejemplifican la relación entre capitalismo y desigualdad estructural. Si Occupy ha llamado la atención sobre formas de desigualdad estructural que afectan a todas las empresas e instituciones estatales, que repercuten negativamente en la población en general cuando trata de satisfacer las necesidades básicas de la vida (alimentación, vivienda, salud y empleo), también lo ha hecho sobre el sistema económico que se basa en la desigualdad y la genera con creciente intensidad. Podemos discutir si el capitalismo es un sistema, una formación histórica, o si sus versiones neoliberales son sustancialmente distintas del capitalismo que criticó Marx en el siglo xix; estos son debates importantes y sin duda el mundo académico debería plantearse abordarlos, pero queda la cuestión del presente histórico del capitalismo, y el propio Marx nos dice que hemos de tomar como punto de partida el presente histórico. ¿Cuáles son los organismos y servicios públicos concretos que hunden a cada vez más personas en un estado de precariedad, las empresas cuyas prácticas explotadoras han truncado vidas de trabajo, los conglomerados sanitarios que se benefician de la enfermedad y se niegan a prestar servicios de salud suficientes, las instituciones públicas que o bien han sido amputadas, o bien supeditadas a la lógica empresarial y al afán de lucro? Aunque pueda parecer paradójico, urge que Occupy actúe episódicamente para denunciar activamente estos focos de desigualdad, destapar su cara pública y su ejemplo y embargar o interrumpir los procesos por los que se reproduce la desigualdad y la creciente precariedad.
Por tanto, no creo que lo único que nos quede sea lamentar la pérdida del parque Zucotti y de los demás espacios de acampada. Puede que la tarea sea emprender ocupaciones como forma de protesta pública, aunque sea episódica y selectiva. Paradójicamente, solo se puede llamar la atención sobre la desigualdad radical poniendo en la picota los lugares en que se reproduce la desigualdad. Esto debe llevarse a cabo en relación con los centros de poder empresarial y estatal, pero también, precisamente, en los lugares de “prestación de servicios”: los centros de asistencia sanitaria que deniegan la prestación de servicios, bancos que explotan a sus depositantes, universidades que se convierten en instrumentos del beneficio empresarial, por citar algunos pocos. Pero si Occupy es episódico, entonces su objetivo no se conoce de antemano, y si ataca el desempleo en un lugar, la carestía de la vivienda en otro y el recorte de servicios públicos en un tercero, entonces genera con el tiempo un sentido de cómo el capitalismo se aloja en instituciones y lugares concretos. Del mismo modo que luchamos contra la desigualdad estructural y un “sistema” que se beneficia de su reproducción, también hemos de fijarnos en los ejemplos concretos en que tiene lugar la desigualdad. Por tanto, si no permanecemos en el mismo lugar, no es cuestión de lamentarlo: si nos movemos, es que estamos siguiendo la pista colectivamente de los lugares de la injusticia y la desigualdad, y nuestra senda dibuja el nuevo mapa del cambio radical.
3/2012
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