lunes, 11 de junio de 2007

* Biología y Conocimiento

UNA RELACIÓN NECESARIA
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Breve introducción a El árbol del conocimiento: las bases biológicas del conocimiento humano (Maturana, H. y Varela, F.; Ed. Lumen, Buenos Aires, 2003).
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“Nosotros afirmamos que, en el corazón de las dificultades del hombre actual, está su desconocimiento del conocer.”
(El árbol del conocimiento)

A raíz de lo planteado por Sergio Christian (xd) en relación al conocimiento y su relación con la organización biológica del ser humano, creo interesante aportar una breve introducción (una reconstrucción abreviada de un trabajo que ya hice) a la obra citada de los biólogos Varela y Maturana (ambos chilenos, doctorados en Biología por la Universidad de Harvard), ya que dedicaron buena parte de sus esfuerzos a elaborar una teoría que explicara el conocimiento humano partiendo del organismo, como condición necesaria del mismo, y llegando a la relación entre ética y conocimiento, pasando por su relación con los procesos de adaptación, la formación de la conciencia, los fenómenos sociales y el lenguaje. A esta teoría, contenida esencialmente en El árbol del conocimiento (publicado por primera vez en 1984), Maturana dio en llamarla “Biología del Conocimiento” (llegó a dar un curso con el mismo nombre en la Universidad de Chile a principios de los setenta).
El trabajo de estos biólogos trasciende así los límites tradicionales del estudio de los seres vivos, adentrándose en un campo de amplia tradición filosófica (desde la Antigüedad hasta nuestros días se viene haciendo filosofía del conocimiento) y aportando una nueva perspectiva para el estudio del conocimiento. Bajo la influencia del evolucionismo darwiniano (teoría fundadora de la biología moderna) y la teoría de sistemas de L. Von Bertalanffy, entre otras[1], la teoría de Varela y Maturana supone una construcción teórica (y una propuesta epistemológica) de sumo interés para quien desee abordar el estudio del fenómeno del conocimiento, como proceso que aúna elementos biológicos, sociales y culturales. Para mayor interés (para sociólogos), la obra de Varela y Maturana constituye el punto de partida (o al menos uno de ellos) de la teoría de sistemas desarrollada por N. Luhmann en el campo de la sociología.
Este texto pretende invitar a la lectura de la obra más que reproducir de forma concentrada y fiel todas las ideas y conceptos desarrollados en ella. Además, conviene señalar que es de contenido más biológico que sociológico o filosófico, aunque se intenten relacionar estos distintos ámbitos para ofrecer una perspectiva de conjunto del fenómeno del conocer.

· Introducción: la construcción de una teoría biológica del conocimiento

La obra comienza con la curiosa invitación de los autores a desprendernos de la gran tentación de la certidumbre, tendencia cultural que nos lleva cotidianamente a buscar la “solidez perceptual indisputada”, la prueba de que todo es tal y como lo vemos (o creemos verlo). El objeto de esta invitación no es sino preparar al lector para lo que viene después: la construcción de una teoría del conocimiento (una estructura conceptual que permita explicar el fenómeno del conocimiento), basada en la idea (su hipótesis) de que “toda experiencia cognoscitiva involucra al que conoce de una manera personal, enraizada en su estructura biológica, donde toda la experiencia de certidumbre es un fenómeno individual ciego al acto cognoscitivo del otro, en una soledad que sólo se trasciende en el mundo que se crea con él.”[2]
El problema que busca responder esta teoría del conocimiento se podría formular así: ¿Cómo tiene lugar la relación entre nuestra estructura biológica y la forma en que conocemos a la hora de construir el mundo?
Para ello, será necesario un proceso de reflexión, que definen como el proceso que permite conocer como conocemos, y que, por lo general, es eludido en la cultura occidental por su carácter circular (la reflexividad suele dar una especie de “vértigo” al que se observa observando).
Además, establecen las siguientes premisas, como punto de partida:

Ø En primer lugar, se apoyan en la idea de circularidad entre acción y experiencia, que hace referencia a la inevitable coincidencia y unión entre lo que hacemos y la forma en que nos aparece el mundo, lo que los autores expresan diciendo lo siguiente: “Todo acto de conocer trae un mundo a la mano”. Esta idea la resumen en un primer aforismo que dice: “Todo hacer es conocer y todo conocer es hacer” (identidad entre acción y conocimiento).
Ø En segundo lugar, se apoyan en la idea de que el proceso de reflexión se da necesariamente en el lenguaje y que, por lo tanto, es un acto específico e individual, lo que supone una unión entre el hacer y el decir del ser. Esto lo resumen con un segundo aforismo: “Todo lo dicho es dicho por alguien”.

Estas premisas permiten establecer la hipótesis de la existencia de una continuidad entre lo biológico y lo social y humano, debiendo ser tratado el fenómeno del conocer como unidad indivisible.
Todas estas consideraciones de partida les permiten establecer de entrada una definición inicial del fenómeno del conocer: se trata de la acción efectiva del ser vivo en el medio en que éste existe y que le permite continuar existiendo en dicho medio.

· Organización y carácter histórico de los seres vivos

Por un lado, la idea de que todo conocer es un hacer del que conoce lleva a los autores a construir la hipótesis de que éste tiene sus raíces en la misma organización biológica del ser vivo, que se caracteriza por su autoproducción y su autolimitación como metabolismo celular dinámico. Para designar este tipo de organización, propio únicamente de los seres vivos, los autores construyen el concepto de organización autopoiética o autopoiesis (que más tarde recuperará Luhmann).
Esta organización permitiría la autonomía de los seres vivos, es decir, la capacidad de especificar lo que es propio a un sistema (en este caso a los seres vivos). Además, los autores creen que esta organización particular supone una fenomenología específica (biológica): un fenómeno es biológico cuando la autopoiesis de algún ser vivo entra en juego.
Por otro lado, si los fenómenos históricos se dan cuando, en un sistema, surge un estado nuevo que modifica el anterior, entonces los seres vivos son seres históricos, por su descendencia de antepasados distintos y por su descendencia de la célula que se formó por unión de un óvulo y un espermatozoide durante el proceso de reproducción.
Así, la reproducción se definiría como un proceso mediante el cual se genera, a partir de una unidad, otra unidad de la misma clase, es decir, con la misma organización, pero de estructuras distintas[3], y creando un vínculo histórico entre las unidades. Como consecuencia de este proceso propio de los seres vivos, pueden darse dos fenómenos: la herencia, que definen como la persistencia de aspectos estructurales entre varias generaciones de un linaje, y la variación estructural, que, al contrario, se refiere a la transformación o cambio de ciertos aspectos estructurales de una generación a otra.

· Ontogenia, filogenia y adaptación

En relación con este carácter histórico de los seres vivos, los autores sostienen que la ontogenia (es más común el término “ontogénesis”) de los seres vivos, entendida como “historia del cambio estructural de una unidad sin que ésta pierda su organización”, se caracteriza por el hecho de que la interacción con el medio y la propia dinámica interna de la unidad son los fenómenos que desencadenan el cambio estructural en el sistema estudiado, y que éste es continuo hasta que la unidad se desintegra.
Cuando se trata de dos unidades en un mismo medio de interacción, se da lo que Varela y Maturana denominan acoplamiento estructural, que se refiere a la recurrencia o estabilidad de las interacciones entre dos o más unidades autopoiéticas, o entre las unidades y el medio en que existen, que posee también una estructura. El tipo de acoplamiento depende del momento histórico y evolutivo en que se encuentre un linaje, es decir, de su filogenia[4]. En este sentido, tanto las unidades como el medio conocen cambios estructurales, sin que se pueda hablar de determinación ni de instrucción, pero llegando a convertirse el acoplamiento estructural al medio en condición de existencia de toda unidad autopoiética.
Las unidades capaces de generar linajes - por tanto, con filogenia - (metacelulares o unidades de segundo orden), generan a su vez una fenomenología distinta a la de las células que las componen: la autopoiesis de las células sería compatible con la nueva forma de acoplamiento estructural sin ser imprescindible, y la ontogenia de un metacelular estaría determinada por sus interacciones como unidad total, no por las de cada célula componente (esto es una clara referencia al concepto de sistema).
Según los autores, para comprender el fenómeno del conocer hay que comprender la evolución orgánica de los seres vivos, cuya clave reside en que las semejanzas permiten linajes ininterrumpidos, mientras que las diferencias estructurales permiten variaciones en los linajes. Ser vivo y medio, independientes pero compatibles, llevan a cabo un acoplamiento estructural que conlleva necesariamente mutuas perturbaciones: el agente perturbante, ya sea ser vivo o medio, desencadena cambios, que estarán determinados por la estructura de lo perturbado (tiene lugar algo semejante a una “selección natural” de los cambios estructurales). En los seres vivos estos cambios se realizan para la conservación de su autopoiesis y para la conservación de la adaptación, es decir de la compatibilidad con el medio que se requiere para la existencia de todo ser vivo. La evolución aparece así como una deriva natural que se da siguiendo los cursos posibles en cada instante (sin direccionalidad externa), de forma que la evolución y conservación de las especies no dependen de una “mayor” aptitud de éstas, sino de su capacidad de adaptación, de que reúnan las requisitos que les permitan ser aptas para conservarse (ser apto, no “más” apto que otros, lo que llevaría al darwinismo social).

· Conducta, sistema nervioso y conocimiento

Para realizar la transición del estudio biológico del ser vivo al estudio del fenómeno del conocer y establecer la relación entre ambos, Varela y Maturana distinguen entre determinismo y predictibilidad: la determinación estructural que caracteriza a los sistemas no permite una predictibilidad total de los fenómenos que generan, puesto que el observador se encuentra limitado por su propia incapacidad observacional (que no le permite conocer todas las variables relevantes en cada caso), por su limitación conceptual y por las posibles alteraciones que puede causar en el sistema observado. Además, los seres vivos operarían en su “presente estructural”, puesto que operarían en su determinación estructural, que se da en cada momento, lo cual convierte las referencias al pasado y al futuro en referencias introducidas por el observador.
La presencia de un sistema nervioso en los seres vivos tendría consecuencias sobre su conducta, que se vuelve impredecible. El sistema nervioso es una estructura de conexiones que permite correlaciones internas en el organismo (conectividad), que se encuentra en cambio estructural continuo (plasticidad), como el propio organismo. Sin embargo, el sistema nervioso no es un receptor de información del mundo objetivo que opera con representaciones (“representacionismo”, equivalente a una especie de objetivismo), ni un sistema que opera fuera de toda objetividad, en el vacío (sólo existe la propia interioridad) y en el caos (“solipsismo”, equivalente a una especie de idealismo relativista).
Varela y Maturana sostienen que la presencia de un sistema nervioso en un organismo expande el dominio de conductas posibles del ser vivo, haciendo su estructura más plástica, entendiéndose por conducta la descripción que hace un observador de los cambios de posición de un organismo en un ambiente específico (no los cambios de posición en sí)[5]. En los organismos móviles, cuya existencia se basa en el movimiento, el sistema nervioso, como red interneuronal que opera con clausura operacional (mantenimiento de ciertas relaciones internas invariantes entre los componentes del sistema pese a las perturbaciones en él generadas)[6], determina y media la continua correlación senso-motora en los organismos, permitiendo una cantidad casi ilimitada de estados y conductas.
Puesto que el sistema nervioso trae un mundo a la mano y especifica las perturbaciones del medio que generan cambios en el organismo, los autores concluyen que todo conocer es hacer y tiene por fundamento el organismo y la clausura operacional del sistema nervioso. Por otro lado, debido a la plasticidad, toda interacción o acoplamiento tiene efecto en el operar del sistema nervioso, lo que permite la adaptación del organismo y apoya la tesis de los autores de que toda experiencia nos modifica.
Entendiendo el conocimiento como conducta efectiva en un dominio definido por el observador, los autores concluyen que vivir es conocer y que el sistema nervioso posibilita un conocer aparentemente ilimitado ampliando el dominio de estados del organismo y abriéndole nuevas dimensiones de acoplamiento estructural, lo que permite generar nuevos fenómenos.

· Fenómenos sociales, dominios lingüísticos y conciencia

Los fenómenos sociales, según Varela y Maturana, aparecerían en los acoplamientos de tercer orden, es decir en aquellas interacciones recurrentes entre organismos con sistema nervioso. Lo que caracteriza universalmente a este tipo de acoplamiento es que es necesario para la continuidad de los linajes por reproducción sexual y que conlleva un acoplamiento conductual entre generaciones en la crianza de los jóvenes. En este sentido, existirían además del ser humano otros seres sociales, como los “insectos sociales” y “vertebrados sociales”.
Por ello, definen los fenómenos sociales como los fenómenos relacionados con la participación de organismos en la constitución de unidades de tercer orden, es decir unidades compuestas por varios organismos. Las conductas características de este tipo de fenómenos serían las conductas comunicativas (propias del acoplamiento social) que tienen como resultado una comunicación, es decir, una coordinación conductual o mutuo desencadenamiento (“gatillado”) de conductas entre los miembros de la unidad social, no una transmisión de información. Dentro de este tipo de conductas, las conductas culturales constituyen un tipo particular, que los autores definen como una configuración conductual adquirida de forma ontogénica en la dinámica comunicativa de un medio social y que se mantiene de generación en generación. Este tipo de conducta la hacen posible la imitación y la continua selección conductual dentro del grupo.
Los sistemas sociales humanos dependerían así del acoplamiento estructural y de la conservación de la adaptación, lo que supone que operen en dominios lingüísticos y conserven su plasticidad conductual.
Las conductas lingüísticas constituirían dentro de este marco otro tipo de conducta comunicativa ontogénica que surge en el acoplamiento social y susceptible en este caso de descripción semántica. Todas las conductas lingüísticas de un organismo constituyen su dominio lingüístico, que cambia durante su ontogenia. En los seres humanos, los dominios lingüísticos mismos pasan a ser parte de su medio de interacciones posibles, pudiéndose describir descripciones como objetos. Los seres humanos operamos, por tanto, en el lenguaje[7], creando un dominio de significados que permite la coordinación conductual ontogénica y la conservación de la adaptación.
El lenguaje permitió el desarrollo de la reflexión y la conciencia, es decir del fenómeno de lo mental, gracias a la posibilidad que nos da de describirnos a nosotros mismos y a nuestra situación. El uso del “yo” es, según los autores, un recurso descriptivo que permite la coherencia operacional y la adaptación en el lenguaje. Lo mental (conciencia) pertenece al dominio del acoplamiento social y actúa como “selector” de nuestra deriva estructural ontogénica (nuestro devenir). Por ello, dicen, los seres humanos somos en el lenguaje y nos realizamos en un mutuo acoplamiento lingüístico en el que creamos mundo con los otros.

· Conocimiento y ética

La reflexión, el conocer el conocer, lleva a una situación circular en la que no hay un punto de referencia absoluto al que amarrarse, lo que nos causa cierta sensación de vértigo. Ante esta situación, los autores optan por una vía intermedia entre el representacionismo y el solipsismo, que busca regularidades en el mundo, pero no dispone de punto de referencia independiente de nosotros que nos garantice estabilidad (supone caminar “en el filo de la navaja”).
El círculo cognoscitivo que caracteriza al ser se expresa en que todo hacer lleva a un nuevo hacer, y en que todo mundo traído a la mano oculta necesariamente sus orígenes, manteniendo todo lo obvio acumulado por una tradición lingüística sin dejar espacio a la reflexión. En este sentido, todo conocer humano pertenece a un mundo y se vive según una tradición cultural. Pese a que la herencia biológica es el fundamento de un mundo común, las múltiples herencias lingüísticas expresan la gran diversidad de mundos culturales existentes en el mundo humano dentro de los límites de lo biológico.
Por otro lado, los autores sostienen que el conocimiento del conocimiento obliga, es decir que conocer el conocer conlleva necesariamente una ética de la que no podemos escapar. Para sostener esta tesis, Varela y Maturana se apoyan en el hecho de que hacerse cargo de la estructura biológica y social del ser humano (como han hecho a lo largo de su obra) implica una reflexión que se centra en comprender nuestra situación para tomar conciencia de ella, lo que supone actuar en consecuencia. Al saber que se sabe, no se puede negar lo que se sabe.
Así, para los autores, todo acto humano tiene sentido ético, precisamente porque se da necesariamente en el lenguaje y trae a la mano el mundo que creamos con los demás. Nuestro punto de vista no es más válido que el de otros, puesto que es resultado de un acoplamiento estructural en un dominio de experiencia y, puesto que los seres humanos no tenemos más que el mundo que construimos con otros, somos responsables de todos nuestros actos (aunque no queramos), precisamente porque construyen mundo y construyen nuestro devenir.
Todas estas reflexiones sobre nuestro ser biológico y social y el fenómeno del conocer deben, según los autores, hacernos entender que la aceptación del otro en la convivencia (el amor) es el fundamento biológico de lo social y es lo que nos permite construir un mundo común. Consecuentemente, si se sigue conviviendo sin aceptar al otro no habrá fenómeno social y viviremos en la hipocresía.


[1] Curiosamente, en su teoría puede verse también una influencia del giro lingüístico y constructivista de los años 60 y 70, tan conocido en teoría sociológica.
[2] Esta prosa enrevesada y dividida entre una tendencia al tecnicismo biologicista y una tendencia a la formulación filosófica caracteriza a todo el libro, lo que no lo hace nada fácil de leer.
[3] Varela y Maturana realizan una distinción esencial entre los conceptos de organización y estructura. El primero designaría las relaciones que deben darse para que algo sea, permitiendo su clasificación, y el segundo designaría los componentes y relaciones de un ser particular que realizan su organización.
[4] La distinción entre ontogenia (ontogénesis) y filogenia (filogénesis) también es importante: la primera se refiere a la historia de una unidad, mientras que la segunda se refiere a la historia de una especie de unidades.
[5] Aquí añaden la distinción entre conductas instintivas o innatas, que se dan cuando las estructuras que las hacen posibles están genéticamente determinadas, y conductas aprendidas, que permiten la compatibilidad entre organismo y medio en el acoplamiento estructural y se dan cuando las estructuras que las hacen posibles son ontogénicas.
[6] Este concepto (clausura operacional) será adaptado por Luhmann y otros, con un sentido distinto, cuando hablan de sistemas cerrados y sistemas abiertos.
[7] El lenguaje no sería, sin embargo, un privilegio humano, ya que estudios en primates han demostrado la capacidad de estos animales para realizar interacciones lingüísticas. Además, los autores plantean la hipótesis de que surgió históricamente en algún momento de la deriva natural, ligado a una vida social basada en la cooperación y la coordinación, y asociada a actividades recolectoras de alimentos, momento a partir del cual habría conocido una deriva lingüística que llega hasta nuestros días.

Javier Rujas Martínez-NovilloMadrid,
10 de junio de 2007

1 comentario:

Christian O.A. dijo...

Muchas gracias por el resumen, yo ando ahí con el libro pero tu resumen me está siendo útil como guía de lectura, como bien decías Maturana y Luhmann pueden ser dos pilares fundamentales para la elaboración de un principio explicativo el cómo conocemos y el qué, es sin duda uno de los temas que me ponen "moruno" jejej, porque es necesario dar cuenta de ello, ahora bien creo que a Luhman se le va en el momento que considera el acto de comunicación como algo ajeno a los individuos... no se habrá tiempo pa discutirlo, siempre con una espumosa fresquita se piensa mejor a pesar de que Asier diga que "Pensar estriñe"